3 dic 2012

Dejarse llevar

Cada paso que andamos, cada persona que conocemos, cada situación que se nos presenta lleva a nuestro consciente a un pasado donde “algo similar” ocurrió. Y la mayoría de las veces actuamos en consecuencia a como concluyó aquello que pasó un día.

Si acabó bien, damos por hecho que, esta vez,  haciéndolo igual todo saldrá de la misma forma. Si acabó mal, hacemos lo opuesto con tal de no volver a tropezar.

Pero…¿hay fórmulas para no equivocarse? Y…¿es esa?

De recién nacidos lloramos y obtenemos todo lo que queremos, somos grandísimos comerciales.  De mayores ocurre lo mismo?

Pataleamos porque no nos compran el helado de vainilla a las 9 de la mañana y…obviamente no nos lo compran por la vergüenza que hemos hecho pasar a nuestra madre. Y dejamos de protestar a la semana siguiente?

Conocemos a una Jessica que nos tira del pelo y nos hace la vida imposible. Dejamos de conocer a “Jessicas”?

Conocemos al que durante unos años es el amor de esa etapa de nuestra vida en un bar. Buscamos al próximo en el mismo sitio?

Nos rompen el corazón una mañana porque otra “única” ha hecho que dejemos de ser “única”. ¿Damos por hecho que siempre será así?

Si esa fuese la fórmula…vivir sería repetirse día a día.

Tal vez eso que un día nos hizo tropezar es lo que al siguiente nos hace ganar.

Tal vez perdamos oportunidades dando por hecho que fallará porque un día nos falló.

Puede que no debamos asumir lo que sale mal como causa únicamente nuestra.

Nuestro aciertos no siempre tienen que ser aciertos en el entorno; en ocasiones nosotros también somos errores. Y no se trata de que seamos más o menos validos o valiosos, sino de las expectativas ajenas.

Podemos estar contentos con nuestro trabajo, pero no implica que nuestro trabajo lo esté con nosotros. Lo mismo ocurre con las amistades, con las parejas y con todo lo que compone nuestra vida en general.

De poco nos sirve remitirnos al pasado para componer nuestro futuro, ya que, a fin de cuentas, los factores nunca son los mismos (lugar, momento, personas…).

Tal vez sea mejor dejarse llevar por nuestro instinto, hacer lo que consideramos oportuno, decir lo que queremos decir, sentir lo que sentimos y VIVIR sin el lastre de esos fallos, que a fin de cuentas, hoy puede que se transformen en aciertos.

Puede que la mejor fórmula sea, simplemente, no tener fórmulas y dejarse llevar...


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