Nos equivocamos decenas de veces
a la semana, miles al año y la mayoría de las ocasiones es para llevarnos a
aciertos.
Hay ocasiones en que parece que
el mundo se conjura contra nosotros, todo se pone del revés y cada cosa que
tocamos se rompe.
La estabilidad crea una
costumbre y el cambio la desconcierta.
Todo lo malo viene junto!
Lamentamos.
Puede que no sea casual y que
los problemas no se acumulen y exploten un buen día despidiendo metralla de
fracasos y desaciertos para jodernos la vida.
Puede que estemos tan
acostumbrados a la estabilidad que cuando hace acto de presencia el primer traspié, en vez de estrecharle la
mano, darle la bienvenida y afrontarlo; lo escondamos debajo del a cama y
esperamos a que se lo lleve el viento pensando que lo que ha entrado por
nuestra puerta es una mota de polvo.
Y, puede, que en vez de salir
corriendo por la ventana con el primer portazo como si de un amante agazapado se
tratase, se quede anclado en un resquicio de la pata que sujeta tu somier.
Ya no lo vemos, que alivio.
Y así hacemos con el segundo
obstáculo, con el tercero…todo el polvo debajo de la cama, que allí desaparecen
las cosas solas y se olvidan. Hasta que un día llega un problema que no cabe en
ningún sitio y nos hace tener que movernos y reaccionar.
Puede que esa mañana nos
levantemos con ganas de coger el toro por los cuernos y poner remedio a esto
último que nos ha perturbado toda la noche. Pero cuando ponemos los pies en el
suelo nos vemos descalzos, semidesnudos y rodeados de un círculo de motas de
polvo unidas entre sí que carece de principio y de final.
Madre mia!! La de problemas que
vienen juntos!
Parece que no hay nada que no
salga mal, hasta se han confundido con el cambio en la frutería y nos han dado
de menos.
Puede que asumamos que la mala
suerte nos persigue y esperemos que venga alguien a barrer nuestro polvo y,
probablemente, a devolverlo debajo de nuestra cama.
No sabemos por dónde está la línea
de salida. Y empezamos a dar vueltas sobre nosotros mismos anhelando el ayer
porque el hoy está lleno de una mierda que, encima, ha llegado por sorpresa.
Nos sentimos perdidos,
aturdidos, incómodos y fracasados. Nos enfadamos, lloramos y lamentamos.
Hablamos con amigos, con familiares y hasta rezamos sin ser creyentes (por si
las moscas..) para encontrar la salida.
Hay dificultades sencillas que
se solventan en diez minutos, las hay que las hemos creado por no ser
previsores, otras que suponen un cambio y algunas que no tienen arreglo. Puede
que la solución a las que sí lo tienen no sea girar sobre nosotros, sino asumir
nuestra parte de culpa en cada situación para poder ver respuestas.
Porque, tal vez, cuando tengamos
el valor suficiente para admitir nuestros fallos veamos que las motas de polvo
no están unidas, solo juntas. Los problemas no vienen a la vez, sino uno a uno
y muchos de ellos son la consecuencia de otros que tapamos.
Puede que tan solo debamos coger
la escoba y comenzar a barrer el primero que metimos bajo la cama, porque a fin
de cuentas, el último ya nos ha hecho movernos, así que, porque no, hagámoslo
bien y así tal vez nos demos cuenta de que al igual que no arreglar un problema
lleva a otro, enmendar el primero da pie a hacerlo con el segundo.
Puede que tardemos meses e incluso
años en hacer la limpieza, y entre medias, se nos cuelen montones de problemas
nuevos por la ventana, pero, a fin de cuentas de esos se trata, de desequilibrarnos
para poder equilibrarnos; ya que cada uno de ellos nos ayuda a valorar algo que
dábamos por hecho y a lo que nos habíamos acostumbrado. Y cada solución que
encontramos nos hace sentir vivos, validos y nos hace sonreír.
Algunas noches, cuando a pesar
del sueño con consigo dormir, me entretengo buscando en internet artículos,
cantantes que no conozco, películas…y esta noche han sido cortometrajes.
Habré visto más de una veintena
ya que la noche tienes más horas viviéndola despierto.
Uno de ellos tan solo era una
carta de apenas cuatro minutos; una carta de despedida en la que él se sincera
haciéndole saber a ella que todo aquello que un día le enamoró es lo que hoy le
hace decir adiós.
¿A quién no le pasa eso?
Te enamoras de alguien reservado
y enigmático y te acabas separando de un aburrido de corazón blindado.
Te enamoras de alguien atento
que mediante llamadas y mensajes te hace saber cada día 20 veces que piensa en ti
y te separas de alguien que absorbía tu individualidad.
Te enamorar de alguien ambicioso
y con pasión por su trabajo y te separas vía correo electrónico de un
desconocido al que apenas ves ya que en su – más, tu no encajas aun.
Y con el resto…hacemos lo mismo?
¿Las cualidades por las que
damos la bienvenida en nuestra vida son las mismas que acabamos detestando?
Encuentras un empleo nuevo. Te
dan móvil de empresa, una agenda, una mesa y un sueldo mejor que el anterior.
Sales eufórico de la última
entrevista en la que te han dicho que empiezas el lunes. El sueldo ha mejorado,
las tardes de los viernes la tienes libre, te han dado una blackberry y tu
mesa…esa mesa…es el doble de grande que la anterior!
Estás orgulloso, satisfecho. Has
mejorado, has peleado y te lo has ganado.
Y cada dia, mientras dura esa sensación
de triunfo, vas contento a trabajar.
El jueves a la salida te
encuentras a un amigo y decidis tomaros una cerveza.
Le suena el teléfono.
Te has comprado un Iphone?
No, es el de la empresa
Y justo en ese instante y a
causa de un estúpido teléfono, comienza un declive interior.
Qué suerte. A mí me dieron….esta
mierda.
Y a partir de ahí según transcurren
los días tu horario comienza a parecerte mejorable, el sueldo escaso, los
compañeros unos trepas, la agenda una basura porque no es de día por pagina…
¿Cuánto tarda la enorme mesa en
quedarse pequeña?
Dejamos de querer por las mismas
razones que comenzamos a hacerlo, nos aburre nuestro empleo por lo que nos
ilusionó, cambiamos de vivienda convirtiendo en defectos las cualidades que nos
hizo adquirirla, se nos empequeñecen la música, los libros, el coche, la ropa, las compañías,
etc…y en todo ese ciclo de cambios ¿Cuándo nos quedamos nosotros pequeños?
Vuelco en una coctelera a Bruce
Wayne, Robin y Catwoman (Selina), les quito los recuerdos, los endulzo con la
memoria actualizada y aparece esto:
Si bien en la historia que la
mayoría conocemos Bruce Wayne era huérfano tras perder a sus padres asesinados durante
un asalto, Robin era su fiel amigo, su alumno y el único que podía entender la
naturaleza de Batman ya que ambos habían sufrido pérdidas por razones
similares, Catwoman era una ladrona con su propia escala de valores a la que unía
una relación amor-odio con Batman….a día de hoy la historia entre ellos, se reescribiría
de otra forma.
Y esta es la mía:
Wayne- Un hombre honrado, de
vida tranquila, trabajador desde hace años tras una mesa adornada con un
ordenador y con la tranquilidad que le proporciona un trabajo estable, sin
pararse a pensar si lo que hace le llena, pues lo que le llena es la
estabilidad.
Amigo de sus amigos, educado,
correcto, crítico con las injusticias y en ocasiones intolerante hacia otros
puntos de vista.
Siempre coordinado por las
mañanas, por las tardes, por la noche, en la indumentaria, en los amigos, en el
trabajo, en la música…siempre coordinado.
Camina por la calle mirando al
suelo para que ninguno de los pasos que dé sea en balde o le lleve a algo
inesperado.
Es de aquellos hombres que antes
de comenzar un libro lee la última página, que antes de comprar un CD lo
escucha entero en internet. De aquellos que hacen las cosas con garantías.
Robin – Mi Robin es
indiscutiblemente una mujer.
Ningún hombre soportaría pasar
el día arreglando el mundo al lado de un intransigente, egocéntrico y arrogante
Batman y, además, hacerlo porque es su amigo, no su jefe.
Robin es una mujer enamorada de
su compañero, de su pareja, de su piloto. Una mujer que no cambia de nombre al
llegar la noche.
Es Robin; inteligente,
disciplinada, buena oyente, buena conversadora, con sereno atractivo y lo
suficientemente generosa como para acceder sin queja a los caprichos de su
idolatrado Wayne.
En mi actualidad, la mansión Wayne
sería un presuntuoso loft decorado en muebles lacados en blanco, con grandes ventanales que albergan tras sus
cristales una de las principales avenidas de una gran ciudad. Gotham, tal vez…
Loft Wayne: impersonal,
escrupulosamente ordenado y socialmente correcto. Perfecto para él, para la
serenidad d su entorno, de su vida, de su Robin.
Un buen día y como cada mañana, él sale de su perfecto loft y comienza a caminar las calles con destino algún recado.
Mientras mira al suelo para no
tropezar con sus propios pasos, unos zapatos negros de tacón de aguja se
abalanzan sobre los suyos. Y es que, podemos controlar las piedras que nosotros
vemos, pero nunca los ojos ajenos.
Y antes de levantar la vista,
mientras pasa un impoluto pañuelo blanco que tenia en su bolsillo a la marca que
le han dejado los zapatos de aquellos pies que aun no tenían cara, piensa
enfurecido:
“Como se atreve nadie a llevar
esos zapatos. Puede tropezar y romperse una pierna o…peor aún, rompérsela a
alguien o mancharle los zapatos”.
Disculpa. Iba distraída mirando a aquel gato que
corre por la azotea.
Pues hágase un favor y mire al frente, que si no
lo hace nunca sabrá dónde llegará; y ahora ha sido mi pie, pero podría haber
sido una alcantarilla abierta.
Ella sonríe ya que está
recibiendo una lección gratuita de un desconocido que, francamente, no necesita
saber.
Me llamo Selina, aunque en ocasiones me llaman
Catwoman. Y gracias por sus consejos pero se equivoca. Si solo miro al frente
no hubiese visto al gato en la azotea y me perdería lo que hay a derecha e
izquierda. Es cierto que he tropezado, pero es un riego calculado y asumido.
Wayne levantó la vista para ver cómo
era la cara de “la insolencia”.
Un vestido negro, un foulard
rojo nada ostentoso, uñas mordidas, melena desaliñada y unos ojos…vivos.
Sintió curiosidad al instante
por saber algo más sobre aquellos ojos.
¿Selina me ha dicho?
Si, aunque en ocasiones me llaman Catwoman.
¿Se puede saber por qué?
Claro, mira, entramos en esta cafetería y
charlamos.
No, iba de frente y la cafetería está a la
derecha.
Bueno, pues nos sentamos aquí en la acera, de
esa manera podrás seguir de frente cuando nos levantemos.
No, me mancharía el traje.
Note
preocupes (se quitó el foulard que adornaba su cuello). Ponemos esto en el
suelo y así no te ensucias.
No, tengo cosas que hacer, no tengo tiempo y he
de avanzar.
Perfecto Señor…..?
Wayne, Bruce Wayne.
Pues señor Wayne, no quiero ser yo quien le haga
retroceder. Tal vez en otra ocasión nos veamos.
Y sin más, Selina se marchó
desviando la vista a derecha e izquierda y con los zapatos en la mano para ese
día no volver a tropezar con ningún desconocido tan estructuradamente
interesante que le haga volver la cabeza para verle marchar.
Wayne no paró, siguió a sus pies
hasta el supermercado para comprar una caja de leche, un paquete de azúcar y
dos kilos de tomates de ensalada.
Al llegar a su loft, dejo la
bolsa de la compra sobre la encimera de la cocina y se dirigió a la ventana.
En frente, un gato vagaba por una
cornisa de lado a lado sin más destino que una vez que llegaba a derecha, girar
a izquierda.
No había podido quitarse a esa
mujer de la cabeza: Por qué la llamarían Catwoman? Acaso ella jugaba en los tejados? Por qué tropezó conmigo? Por qué se quería sentar con un desconocido en
medio de la calle? Por qué siento curiosidad? Por qué…? Por qué…?
Y entre tanta pregunta, se
comenzó a excitar. No eran las dudas, era ella. Su seguridad e insolencia, su
confianza y su torpeza, desgarbada pero con tacones de aguja…una contradicción en
sí misma…Selina pero Catwoman...
El gato por fin supo su destino;
tumbarse y lavarse mientras Wayne le miraba pensando ella.
¿Y si me hubiese parado a hablar
con ella? El recado que tenía que hacer no iba a caducar.
¿Y si hubiese sido más amable con
ella? ¿Y si a parte de mirar al frente de vez en cuando miro a ambos lados? Tal
vez así me la vuelva a encontrar, puede que incluso aprenda algo sobre ella,
sobre mí, sobre algo.
Le hubiese gustado pararse con
ella, comer con ella y, a esas alturas de la noche, incluso descubrir los
rincones que albergaba ese vestido.
Pero, tenía que seguir de
frente, comprar leche, el periódico, saludar a Javi que está en su tienda,
llamar a Edu para ver que hace el fin de semana, ir a ver a Robin.
Tenia que…
Tenia que…
Tenia que…
Lo repitió 3 veces y a la cuarta:
Pero quería…
Ahí estaba la cuestión: ¿Quiero
hacer lo que tengo que hacer? ¿O tengo que hacer lo que quiero hacer?
Ser responsable no está ligado a
dejar de disfrutar del quiero. Solo hay que ser honesto y consecuente.
Puede que llevar tacones de
aguja no sea responsable. Puedes tropezar, torcerte un tobillo, romperte un
tacón. Deforman los pies, pueden producir problemas en la espalda, y dan dolor. Pero, si llevas un bolso a modo de bandolera podrás poner las manos en
la caída, si llevas medio número más y plantillas de gel, no dolerán y es probable que no te importe andar descalza
en caso de que un tacón se rompa.
Y así, esa noche mirando por la
ventana a un gato cualquiera y pensando en una extraña, Wayne se convirtió en
Batman.
En un hombre que medía las
consecuencias de la caída antes de cada salto, pero que saltaba porque era lo
que quería hacer.
Un hombre que para algunos era
un villano, para otros un héroe, pero que era exactamente quien quería ser.
El resto de la historia…cada uno
que la cree. No soy quien para escribir finales, nunca me han gustado.
Tal vez Batman enseñe a Robin a
desaliñarse la melena.
Tal vez Batman comience a mirar
a derecha e izquierda buscando gatos en las azoteas.
Tal vez se tropiece con esa
desgarbada Selina que, puede, aun espera sentarse con él en medio de la
acera.
Tal vez Batman sí quiera entrar a la cafetería y entienda que ella no quería sentarse en la calle, solo le ponía fácil el seguir de frente.
Tal vez Batman, en ese café descubra el por qué de Catwoman.
Cada día tomamos decisiones
acertadas, erróneas, meditadas y a veces espontáneas. Y esas decisiones nos
convierten en nuestro yo de mañana.
Pero hay ocasiones en que parece
que no las tomemos nosotros. Sin preverlo
un día llega una fuerza motriz que parece que las tome por ti….o tal vez no.
Insistimos en ver casualidades,
en ver señales, en ver sendas….pero, hasta donde las creamos nosotros?
Un día recibes una llamada al móvil
de alguien que se ha confundido, ese día te has levantado amable y el señor X
se ha despertado sociable. Te has equivocado le dices.
Y ahí…empieza una conversación.
ÉL veranea en tu código postal,
tu vivías en el suyo…parece que los astros se hayan alineado para que debas
seguir hablando con él.
Y a medida que lo hacéis, se
crea una empatía, un feeling , un “algo raro” que os abre la curiosidad de
conoceros, así que decidís hacerlo porque…todo ha sido tan casual que quieres
descubrir si, tal vez, es causal.
¿Hasta donde hay que seguir esas
“señales”? ¿La curiosidad realmente mato al gato? ¿O le hizo encontrar una
salida de ese garaje en el que se había quedado encerrado?
Ambos lo tenéis claro, vais a
quedar por que hay que saber cómo termina esta partida en la que os habéis
visto envueltos. ¿Ganaremos? ¿Perderemos? ¿Quedaremos en tablas?
¿Sigue siendo todo tan casual? ¿O
lo estáis provocando vosotros? Si…de camino pinchas una rueda…¿también pensaras
que es una señal para que no vayas? ¿O dirás que ganar siempre es mejor cuando hay
obstáculos?
No hay más casualidades que las
que queremos ver ni más señales que las que queramos seguir.
Interpretamos las
circunstancias, las palabras y los gestos a nuestro antojo y los convertimos en
positivo o negativo influenciados por nuestro estado de ánimo, por nuestras
propias ganas de hacer un momento de tu vida algo interesante, o no. Y
decidimos hasta donde.
La curiosidad no mató al gato; lo
mató la caída de la ventana cuando encontró la salida, el arranque del coche
cuando él se escondió en el motor, la rueda de un coche cuando intentaba seguir
las líneas blancas, lo mató la vejez. Nunca la curiosidad.
Desde que tenemos uso de razón
nos indican unas pautas, unas formas de actuar, unos valores a tener en cuenta
y otros de los que tenemos que huir.
Cada uno de nosotros aplicamos
las mismas incógnitas en la ecuación pero pocas veces da el mismo resultado
puesto que las ordenamos a nuestro antojo. A-B nunca dará el mismo resultado
que A+B.
El ejemplo más claro, los
hermanos. Se educan de la misma forma, en la misma escuela, iguales métodos….pero
diferentes resultados. Uno es ordenado, otro vive en el desorden; uno acabó dos
carreras y es un prestigioso cirujano mientras que el otro vive de la pintura….En
ocasiones, nada tienen en común excepto la familia.
Con el tiempo me he dado cuenta
de que da igual el modo en que te eduquen, los valores que te hayan infundido
defender o lo que te han dicho que es o
no importante. Al final, somos quienes somos por nuestra forma de conjugar la ecuación,
la cual va variando hasta dar con el resultado que nos conviene.
En algunas metas el resultado
sale a la primera: desde niño querías ser arquitecto y para ello, sabes que hay
que estudiar; así que lo haces, acabas la carrera de los primeros de tu promoción,
comienzas meses después a trabajar en un estudio y tras unos años, puedes
cumplir uno de tus sueños y montar tu propio estudio de arquitectura.
Pero hay metas que son menos académicas
y entran otros factores como el ”necesito”
y el “quiero”.
Hay quien necesita vivir el día
a día sin gastos innecesarios, comprando zapatos a medida que los rompe, con un
coche del que solo necesita que circule sin pararse a valorar su marca o los
años que tiene, con tiempo libre para dedicarlo a él mismo, a los amigos, a la
familia. Y quiere cosas: quiere poder comprarse un piso algún día, viajar cada
año a diferentes países, formar una familia con alguien que le quiera y acepte
con sus “necesito” y sus “quiero”.
Y hay quienes necesitan comprarse
una casa lo antes posible, viajar cada año a diferentes países, formar una familia
con alguien que acepte y, en ocasiones, asuma sus necesidades. Y quiere también
cosas: tener el calzado suficiente para que combine con toda la ropa del
armario, una segunda residencia, una vida social concurrida…
Cada uno necesitamos y queremos
cosas distintas y nos hacen felices diferentes situaciones. De ahí, que todas
sean respetable.
Pero, como una vez leí: "Lo
que una persona dice hay que sopesarlo con sus actos".
Cuando nuestra boca se llena de
más “necesito” que de “quiero” hay que hacer por ello, ya que no consiste en acabar
un estudio, consiste en construir una vida llena de cosas materiales y para
ello hay que ser constante y luchar por la meta, ya que, si no lo hacemos caemos
en dejar de ser quiénes somos y convertirnos en lo que nuestra ambición nos
convierte.
Unos comienzan a construir
sueños desde la base de la dedicación, subiendo paso a paso y fijando los
cimientos. Es lento, costoso y supone mucho esfuerzo.
Otros los construyen en el aire
esperando a que pase un jet privado que les lleve directos. Es cómodo, rápido,
gratuito.
Nunca hay que fiarse de lo
cómodo, rápido y gratuito, porque probablemente, sea mentira o efímero.
La suerte no existe y con
respecto a aquellos que se lamentan con un "Dios lo quiso así",
"no soy un tipo con suerte" cuando su mayor esfuerzo ha sido hacer
castillos en aire... alguien dijo que el diablo tiene más cara de estúpido que
de malo.