Cada
paso que andamos, cada persona que conocemos, cada situación que se nos
presenta lleva a nuestro consciente a un pasado donde “algo similar” ocurrió. Y
la mayoría de las veces actuamos en consecuencia a como concluyó aquello que
pasó un día.
Si
acabó bien, damos por hecho que, esta vez, haciéndolo igual todo saldrá de la misma
forma. Si acabó mal, hacemos lo opuesto con tal de no volver a tropezar.
Pero…¿hay
fórmulas para no equivocarse? Y…¿es esa?
De
recién nacidos lloramos y obtenemos todo lo que queremos, somos grandísimos comerciales. De mayores ocurre lo mismo?
Pataleamos
porque no nos compran el helado de vainilla a las 9 de la mañana y…obviamente no
nos lo compran por la vergüenza que hemos hecho pasar a nuestra madre. Y
dejamos de protestar a la semana siguiente?
Conocemos
a una Jessica que nos tira del pelo y nos hace la vida imposible. Dejamos de
conocer a “Jessicas”?
Conocemos
al que durante unos años es el amor de esa etapa de nuestra vida en un bar.
Buscamos al próximo en el mismo sitio?
Nos
rompen el corazón una mañana porque otra “única” ha hecho que dejemos de ser “única”.
¿Damos por hecho que siempre será así?
Si esa
fuese la fórmula…vivir sería repetirse día a día.
Tal vez
eso que un día nos hizo tropezar es lo que al siguiente nos hace ganar.
Tal vez
perdamos oportunidades dando por hecho que fallará porque un día nos falló.
Puede
que no debamos asumir lo que sale mal como causa únicamente nuestra.
Nuestro
aciertos no siempre tienen que ser aciertos en el entorno; en ocasiones
nosotros también somos errores. Y no se trata de que seamos más o menos validos
o valiosos, sino de las expectativas ajenas.
Podemos
estar contentos con nuestro trabajo, pero no implica que nuestro trabajo lo
esté con nosotros. Lo mismo ocurre con las amistades, con las parejas y con
todo lo que compone nuestra vida en general.
De poco
nos sirve remitirnos al pasado para componer nuestro futuro, ya que, a fin de
cuentas, los factores nunca son los mismos (lugar, momento, personas…).
Tal vez
sea mejor dejarse llevar por nuestro instinto, hacer lo que consideramos
oportuno, decir lo que queremos decir, sentir lo que sentimos y VIVIR sin el
lastre de esos fallos, que a fin de cuentas, hoy puede que se transformen en
aciertos.
Puede
que la mejor fórmula sea, simplemente, no tener fórmulas y dejarse llevar...
Cuando somos niñas pasamos por una época en la que los niños nos caen mal, nos tiran del pelo, nos suben la falda, se meten con nosotras porque no jugamos al balón o simplemente porque a ellos tampoco les caemos bien.
Nunca vamos a tener novio porque no nos gustan los chicos, son tontos y brutos.
El curso siguiente, llega a clase un niño nuevo, que probablemente no sea del agrado de nuestras madres y, por tanto, empiece a serlo del nuestro.
Llenamos nuestras carpetas con sus iniciales y el número de corazones que ponemos alrededor de su nombre es proporcional al número de compañeras a las que gusta y al número de veces que le llaman la atención en clase.
Mitificamos las relaciones de pareja desde pequeñas con historias de caballeros andantes o a galope que te llevan a sus castillos de luz y color entre corazones y besos, cuando a la gran mayoría de nosotras el que nos gustaba era el rebelde. Y es que todas, en menor o mayor medida, hemos tenido un Danny Zuko (*Grease).
Pasan los años, Danny pasa de moda y ahora nuestro príncipe se acerca más a Edward Lewis (Pretty Woman). No es que nos sintamos putas y tampoco es que necesitemos que nos hagan la pelota por una Visa en Rodeo Drive; todo es por aquella última escena en la que el llega con el ramo de flores a rescatarla de su apartamento luchando heroicamente contra el miedo a las alturas.
Y a las que no nos gustaba tanto la ostentación de la limusina y la opera, teníamos a Johnny Castle (Dirty Dancing) como patrón de hombre que queríamos en nuestra vida; un rebelde que no dudaría en enfrentarse a nuestra familia si fuera preciso con tal de que no nos arrinconase nadie.
Y así, cada una de nosotras vamos besando príncipes que se convierten en sapos, sapos que se convierten en príncipes pero que nos besan a nosotras y nos convertimos en ranas…y vamos acumulamos besos, sapos, charcas, príncipes y lobos que nos ayudan a mejorar y a desmitificar escenas, frases y películas completas que descubrimos que su final se debe a estar incompleta.
Transcurre el tiempo y vamos escribiendo nuestro propio guion que, al pararnos un momento a leerlo, nos damos cuenta de que es mejor que ninguna película facilona y cargada de clichés románticos.
No necesitamos la perfección, porque no es útil ni real y con el tiempo lo que nos emociona deja de ser los edulcorado para empezar a ser lo autentico.
Si hoy yo tuviese que casarme, no pediría para mi relación perdices ni sabanas de seda, no querría lunas de miel, tan solo lunas; ni necesitaría promesas que hoy son reales pero que mañana nadie sabe.
Si hoy tuviese que casarme lo haría con condiciones:
1- En primer lugar, empezaremos por no engañarnos. Y para ello, quitaremos la palabra SIEMPRE de toda oración y documento que hable de ti y de mí como pareja. La cambiaremos por: mientras yo te quiera y/o tú me quieras. Y comenzaremos a hacerlo el día de la boda. Nada de promesas que no sabemos si cumpliremos. No vamos a querernos siempre, lo haremos hasta que dejemos hacerlo, y si llega ese día, nos lo comunicaremos. 2- No olvidaremos nuestra individualidad. Estar casados no implica ser cadena y grillete. Ambos tenemos vidas antes de nosotros y ambos hemos de seguir teniéndola. Por lo que, los huecos los sacaremos para estar juntos y no para despejarnos el uno del otro; ya que es mejor dos horas deseando que lleguen que todo un día esperando que acabe. 3- No nos reprocharemos actitudes o costumbres que existían desde el primer día, ya que no nos queremos por ser perfectos, sino a pesar de nuestras imperfecciones. 4- El trabajo, los amigos, los hobbies...no tienen por qué ser algo común, por lo que no se ha de forzar que lo sea ni se ha de tener que esperar la aprobación del otro. Mi trabajo y amigos son míos. Y no han de gustarte a ti, solo a mí. Y VICEVERSA. 5- Si odias planchar y yo cocinar...yo plancho y tu cocinas. EQUILIBRIO. 6- Tú trabajas, yo trabajo...por lo que pedir permiso para tener caprichos es triste, absurdo e ilógico cuando se puede. 7- No nos haremos nada que no nos gustaría que nos hiciesen a nosotros y, si tenemos la necesidad de hacerlo, primero avisaremos. De esa forma lo haremos sin remordimientos y siendo fieles a nosotros mismos. 8- El día que dejemos de querernos, intentaremos recordar el por qué nos casamos y primará sobre el por qué nos separamos. De esa manera...habrá valido la pena. 9- Y para concluir...no creo en el matrimonio, pero si en la pareja. Al final todas las clausulas se resumen en: 10- Jamás haría daño a propósito a nadie a quien quiero y me caso contigo porque sé que tu tampoco lo harías, porque somos igual de honestos para decirnos "sí, quiero" que para decirnos "se acabo", pero ante todo nos respetamos y eso implica que algunas cosas tuyas no me gusten y viceversa pero en la balanza, hoy, sigue ganando por mucho todo lo tuyo que me completa.
Todo lo
malo que nos ocurre nos ayudar a valorar lo bueno que viene.
Una
visión optimista de los problemas, válida para alguno y frívola para otros
tanto.
Cierto
es que hay situaciones que no podemos controlar, que no dependen de nosotros y
vienen, en el momento más inoportuno el cual es SIEMPRE ya que no tenemos un avisador
de todo lo que nos rodea.
Y
cuando llegan, cada uno los asumimos como mejor podemos, sabemos o queremos.
Los afrontamos, huimos de ellos, nos enfadamos con el mundo y todo el que está
en él, con Dios, con Buda, con familiares y/o amigos; los asumimos, nos resignamos, nos enfrentamos a la nueva situación...
Todas son soluciones aptas.
Pero,
en ocasiones, nos gusta rizar el rizo y buscar conflictos donde tan solo hay diferencias
de opiniones, inseguridades, miedos o un mal día.
Durante
minutos, horas o días somos los reyes de la tragedia y el melodrama.
Suspendí el examen cuando contesté exactamente igual que aquel que
aprobó.
Le han subido el sueldo a aquel que lleva dos años menos en la
empresa.
No me manda los mismos mensajes que hace dos semanas.
Mi hermano mayor habla conmigo cada 3 semanas y con el menor cada 2.
Se me ha roto el coche justo cuando más lo necesitaba.
No me llama, no me llama, no me llama…
Ante
cualquiera de estas situaciones podemos llegar a hacer una película de serie B
cuyo argumento sería una conjura del mundo contra uno mismo:
Suspendí injustamente
Seguro es familiar de alguien de RRHH, o más propio, seguro que se
acuesta con el/la jefe/a.
Hay otra.
No me quiere tanto.
Me han echado un mal de ojo. Soy un desgraciado.
Sigue habiendo otra.
Y así
día tras día, año tras año, sacando nuestras propias conclusiones y sintiéndonos
victimas de nuestra propia vida y haciéndola girar en torno a una realidad
virtual que nos hace sentir, a priori, aliviados.
No
aprendemos absolutamente nada, pero estamos increíblemente satisfechos con la
idea de que todas esas pequeñeces son fruto de la falta de comprensión que hay
hacia nosotros.
Existe
un proverbio árabe que dice: Si un hombre te dice que pareces un camello, no le
hagas caso; si te lo dicen dos, mírate al espejo.
Reconocer
errores propios no es sencillo pero ver en toda “diferencia” un complot contra
nuestra persona no es sano ni para nosotros ni para nuestro entorno.
Puede
que si dejamos de echar balones fuera aprendamos a superarnos, a reconocer nuestros tropiezos, a no perder el
tiempo esperando, a ser resolutivos, a dar importancia solo a lo importante.
Puede
que si dejamos de echar balones fuera el punto de vista cambie:
Suspendí porque no me debí aplicar lo suficiente.
Le han subido el sueldo porque se lo ha ganado.
No me manda los mismos mensajes porque está más ocupado.
Mi hermano habla menos conmigo porque siempre he sido más
independiente.
Ya estaba tardando en estropearse el coche! Demasiado que me ha
aguantado 300.00 km.
No me llama. Luego le llamaré.
Puede
que esta no sea la fórmula adecuada, pero quita piedras del camino. Y a fin de
cuentas, la meta es solo una sucesión de pasos, y sin obstáculos absurdos se
llega antes.
Lo único
que nos queda es simplificar y dejarse llevar.
Nos equivocamos decenas de veces
a la semana, miles al año y la mayoría de las ocasiones es para llevarnos a
aciertos.
Hay ocasiones en que parece que
el mundo se conjura contra nosotros, todo se pone del revés y cada cosa que
tocamos se rompe.
La estabilidad crea una
costumbre y el cambio la desconcierta.
Todo lo malo viene junto!
Lamentamos.
Puede que no sea casual y que
los problemas no se acumulen y exploten un buen día despidiendo metralla de
fracasos y desaciertos para jodernos la vida.
Puede que estemos tan
acostumbrados a la estabilidad que cuando hace acto de presencia el primer traspié, en vez de estrecharle la
mano, darle la bienvenida y afrontarlo; lo escondamos debajo del a cama y
esperamos a que se lo lleve el viento pensando que lo que ha entrado por
nuestra puerta es una mota de polvo.
Y, puede, que en vez de salir
corriendo por la ventana con el primer portazo como si de un amante agazapado se
tratase, se quede anclado en un resquicio de la pata que sujeta tu somier.
Ya no lo vemos, que alivio.
Y así hacemos con el segundo
obstáculo, con el tercero…todo el polvo debajo de la cama, que allí desaparecen
las cosas solas y se olvidan. Hasta que un día llega un problema que no cabe en
ningún sitio y nos hace tener que movernos y reaccionar.
Puede que esa mañana nos
levantemos con ganas de coger el toro por los cuernos y poner remedio a esto
último que nos ha perturbado toda la noche. Pero cuando ponemos los pies en el
suelo nos vemos descalzos, semidesnudos y rodeados de un círculo de motas de
polvo unidas entre sí que carece de principio y de final.
Madre mia!! La de problemas que
vienen juntos!
Parece que no hay nada que no
salga mal, hasta se han confundido con el cambio en la frutería y nos han dado
de menos.
Puede que asumamos que la mala
suerte nos persigue y esperemos que venga alguien a barrer nuestro polvo y,
probablemente, a devolverlo debajo de nuestra cama.
No sabemos por dónde está la línea
de salida. Y empezamos a dar vueltas sobre nosotros mismos anhelando el ayer
porque el hoy está lleno de una mierda que, encima, ha llegado por sorpresa.
Nos sentimos perdidos,
aturdidos, incómodos y fracasados. Nos enfadamos, lloramos y lamentamos.
Hablamos con amigos, con familiares y hasta rezamos sin ser creyentes (por si
las moscas..) para encontrar la salida.
Hay dificultades sencillas que
se solventan en diez minutos, las hay que las hemos creado por no ser
previsores, otras que suponen un cambio y algunas que no tienen arreglo. Puede
que la solución a las que sí lo tienen no sea girar sobre nosotros, sino asumir
nuestra parte de culpa en cada situación para poder ver respuestas.
Porque, tal vez, cuando tengamos
el valor suficiente para admitir nuestros fallos veamos que las motas de polvo
no están unidas, solo juntas. Los problemas no vienen a la vez, sino uno a uno
y muchos de ellos son la consecuencia de otros que tapamos.
Puede que tan solo debamos coger
la escoba y comenzar a barrer el primero que metimos bajo la cama, porque a fin
de cuentas, el último ya nos ha hecho movernos, así que, porque no, hagámoslo
bien y así tal vez nos demos cuenta de que al igual que no arreglar un problema
lleva a otro, enmendar el primero da pie a hacerlo con el segundo.
Puede que tardemos meses e incluso
años en hacer la limpieza, y entre medias, se nos cuelen montones de problemas
nuevos por la ventana, pero, a fin de cuentas de esos se trata, de desequilibrarnos
para poder equilibrarnos; ya que cada uno de ellos nos ayuda a valorar algo que
dábamos por hecho y a lo que nos habíamos acostumbrado. Y cada solución que
encontramos nos hace sentir vivos, validos y nos hace sonreír.
Algunas noches, cuando a pesar
del sueño con consigo dormir, me entretengo buscando en internet artículos,
cantantes que no conozco, películas…y esta noche han sido cortometrajes.
Habré visto más de una veintena
ya que la noche tienes más horas viviéndola despierto.
Uno de ellos tan solo era una
carta de apenas cuatro minutos; una carta de despedida en la que él se sincera
haciéndole saber a ella que todo aquello que un día le enamoró es lo que hoy le
hace decir adiós.
¿A quién no le pasa eso?
Te enamoras de alguien reservado
y enigmático y te acabas separando de un aburrido de corazón blindado.
Te enamoras de alguien atento
que mediante llamadas y mensajes te hace saber cada día 20 veces que piensa en ti
y te separas de alguien que absorbía tu individualidad.
Te enamorar de alguien ambicioso
y con pasión por su trabajo y te separas vía correo electrónico de un
desconocido al que apenas ves ya que en su – más, tu no encajas aun.
Y con el resto…hacemos lo mismo?
¿Las cualidades por las que
damos la bienvenida en nuestra vida son las mismas que acabamos detestando?
Encuentras un empleo nuevo. Te
dan móvil de empresa, una agenda, una mesa y un sueldo mejor que el anterior.
Sales eufórico de la última
entrevista en la que te han dicho que empiezas el lunes. El sueldo ha mejorado,
las tardes de los viernes la tienes libre, te han dado una blackberry y tu
mesa…esa mesa…es el doble de grande que la anterior!
Estás orgulloso, satisfecho. Has
mejorado, has peleado y te lo has ganado.
Y cada dia, mientras dura esa sensación
de triunfo, vas contento a trabajar.
El jueves a la salida te
encuentras a un amigo y decidis tomaros una cerveza.
Le suena el teléfono.
Te has comprado un Iphone?
No, es el de la empresa
Y justo en ese instante y a
causa de un estúpido teléfono, comienza un declive interior.
Qué suerte. A mí me dieron….esta
mierda.
Y a partir de ahí según transcurren
los días tu horario comienza a parecerte mejorable, el sueldo escaso, los
compañeros unos trepas, la agenda una basura porque no es de día por pagina…
¿Cuánto tarda la enorme mesa en
quedarse pequeña?
Dejamos de querer por las mismas
razones que comenzamos a hacerlo, nos aburre nuestro empleo por lo que nos
ilusionó, cambiamos de vivienda convirtiendo en defectos las cualidades que nos
hizo adquirirla, se nos empequeñecen la música, los libros, el coche, la ropa, las compañías,
etc…y en todo ese ciclo de cambios ¿Cuándo nos quedamos nosotros pequeños?
Vuelco en una coctelera a Bruce
Wayne, Robin y Catwoman (Selina), les quito los recuerdos, los endulzo con la
memoria actualizada y aparece esto:
Si bien en la historia que la
mayoría conocemos Bruce Wayne era huérfano tras perder a sus padres asesinados durante
un asalto, Robin era su fiel amigo, su alumno y el único que podía entender la
naturaleza de Batman ya que ambos habían sufrido pérdidas por razones
similares, Catwoman era una ladrona con su propia escala de valores a la que unía
una relación amor-odio con Batman….a día de hoy la historia entre ellos, se reescribiría
de otra forma.
Y esta es la mía:
Wayne- Un hombre honrado, de
vida tranquila, trabajador desde hace años tras una mesa adornada con un
ordenador y con la tranquilidad que le proporciona un trabajo estable, sin
pararse a pensar si lo que hace le llena, pues lo que le llena es la
estabilidad.
Amigo de sus amigos, educado,
correcto, crítico con las injusticias y en ocasiones intolerante hacia otros
puntos de vista.
Siempre coordinado por las
mañanas, por las tardes, por la noche, en la indumentaria, en los amigos, en el
trabajo, en la música…siempre coordinado.
Camina por la calle mirando al
suelo para que ninguno de los pasos que dé sea en balde o le lleve a algo
inesperado.
Es de aquellos hombres que antes
de comenzar un libro lee la última página, que antes de comprar un CD lo
escucha entero en internet. De aquellos que hacen las cosas con garantías.
Robin – Mi Robin es
indiscutiblemente una mujer.
Ningún hombre soportaría pasar
el día arreglando el mundo al lado de un intransigente, egocéntrico y arrogante
Batman y, además, hacerlo porque es su amigo, no su jefe.
Robin es una mujer enamorada de
su compañero, de su pareja, de su piloto. Una mujer que no cambia de nombre al
llegar la noche.
Es Robin; inteligente,
disciplinada, buena oyente, buena conversadora, con sereno atractivo y lo
suficientemente generosa como para acceder sin queja a los caprichos de su
idolatrado Wayne.
En mi actualidad, la mansión Wayne
sería un presuntuoso loft decorado en muebles lacados en blanco, con grandes ventanales que albergan tras sus
cristales una de las principales avenidas de una gran ciudad. Gotham, tal vez…
Loft Wayne: impersonal,
escrupulosamente ordenado y socialmente correcto. Perfecto para él, para la
serenidad d su entorno, de su vida, de su Robin.
Un buen día y como cada mañana, él sale de su perfecto loft y comienza a caminar las calles con destino algún recado.
Mientras mira al suelo para no
tropezar con sus propios pasos, unos zapatos negros de tacón de aguja se
abalanzan sobre los suyos. Y es que, podemos controlar las piedras que nosotros
vemos, pero nunca los ojos ajenos.
Y antes de levantar la vista,
mientras pasa un impoluto pañuelo blanco que tenia en su bolsillo a la marca que
le han dejado los zapatos de aquellos pies que aun no tenían cara, piensa
enfurecido:
“Como se atreve nadie a llevar
esos zapatos. Puede tropezar y romperse una pierna o…peor aún, rompérsela a
alguien o mancharle los zapatos”.
Disculpa. Iba distraída mirando a aquel gato que
corre por la azotea.
Pues hágase un favor y mire al frente, que si no
lo hace nunca sabrá dónde llegará; y ahora ha sido mi pie, pero podría haber
sido una alcantarilla abierta.
Ella sonríe ya que está
recibiendo una lección gratuita de un desconocido que, francamente, no necesita
saber.
Me llamo Selina, aunque en ocasiones me llaman
Catwoman. Y gracias por sus consejos pero se equivoca. Si solo miro al frente
no hubiese visto al gato en la azotea y me perdería lo que hay a derecha e
izquierda. Es cierto que he tropezado, pero es un riego calculado y asumido.
Wayne levantó la vista para ver cómo
era la cara de “la insolencia”.
Un vestido negro, un foulard
rojo nada ostentoso, uñas mordidas, melena desaliñada y unos ojos…vivos.
Sintió curiosidad al instante
por saber algo más sobre aquellos ojos.
¿Selina me ha dicho?
Si, aunque en ocasiones me llaman Catwoman.
¿Se puede saber por qué?
Claro, mira, entramos en esta cafetería y
charlamos.
No, iba de frente y la cafetería está a la
derecha.
Bueno, pues nos sentamos aquí en la acera, de
esa manera podrás seguir de frente cuando nos levantemos.
No, me mancharía el traje.
Note
preocupes (se quitó el foulard que adornaba su cuello). Ponemos esto en el
suelo y así no te ensucias.
No, tengo cosas que hacer, no tengo tiempo y he
de avanzar.
Perfecto Señor…..?
Wayne, Bruce Wayne.
Pues señor Wayne, no quiero ser yo quien le haga
retroceder. Tal vez en otra ocasión nos veamos.
Y sin más, Selina se marchó
desviando la vista a derecha e izquierda y con los zapatos en la mano para ese
día no volver a tropezar con ningún desconocido tan estructuradamente
interesante que le haga volver la cabeza para verle marchar.
Wayne no paró, siguió a sus pies
hasta el supermercado para comprar una caja de leche, un paquete de azúcar y
dos kilos de tomates de ensalada.
Al llegar a su loft, dejo la
bolsa de la compra sobre la encimera de la cocina y se dirigió a la ventana.
En frente, un gato vagaba por una
cornisa de lado a lado sin más destino que una vez que llegaba a derecha, girar
a izquierda.
No había podido quitarse a esa
mujer de la cabeza: Por qué la llamarían Catwoman? Acaso ella jugaba en los tejados? Por qué tropezó conmigo? Por qué se quería sentar con un desconocido en
medio de la calle? Por qué siento curiosidad? Por qué…? Por qué…?
Y entre tanta pregunta, se
comenzó a excitar. No eran las dudas, era ella. Su seguridad e insolencia, su
confianza y su torpeza, desgarbada pero con tacones de aguja…una contradicción en
sí misma…Selina pero Catwoman...
El gato por fin supo su destino;
tumbarse y lavarse mientras Wayne le miraba pensando ella.
¿Y si me hubiese parado a hablar
con ella? El recado que tenía que hacer no iba a caducar.
¿Y si hubiese sido más amable con
ella? ¿Y si a parte de mirar al frente de vez en cuando miro a ambos lados? Tal
vez así me la vuelva a encontrar, puede que incluso aprenda algo sobre ella,
sobre mí, sobre algo.
Le hubiese gustado pararse con
ella, comer con ella y, a esas alturas de la noche, incluso descubrir los
rincones que albergaba ese vestido.
Pero, tenía que seguir de
frente, comprar leche, el periódico, saludar a Javi que está en su tienda,
llamar a Edu para ver que hace el fin de semana, ir a ver a Robin.
Tenia que…
Tenia que…
Tenia que…
Lo repitió 3 veces y a la cuarta:
Pero quería…
Ahí estaba la cuestión: ¿Quiero
hacer lo que tengo que hacer? ¿O tengo que hacer lo que quiero hacer?
Ser responsable no está ligado a
dejar de disfrutar del quiero. Solo hay que ser honesto y consecuente.
Puede que llevar tacones de
aguja no sea responsable. Puedes tropezar, torcerte un tobillo, romperte un
tacón. Deforman los pies, pueden producir problemas en la espalda, y dan dolor. Pero, si llevas un bolso a modo de bandolera podrás poner las manos en
la caída, si llevas medio número más y plantillas de gel, no dolerán y es probable que no te importe andar descalza
en caso de que un tacón se rompa.
Y así, esa noche mirando por la
ventana a un gato cualquiera y pensando en una extraña, Wayne se convirtió en
Batman.
En un hombre que medía las
consecuencias de la caída antes de cada salto, pero que saltaba porque era lo
que quería hacer.
Un hombre que para algunos era
un villano, para otros un héroe, pero que era exactamente quien quería ser.
El resto de la historia…cada uno
que la cree. No soy quien para escribir finales, nunca me han gustado.
Tal vez Batman enseñe a Robin a
desaliñarse la melena.
Tal vez Batman comience a mirar
a derecha e izquierda buscando gatos en las azoteas.
Tal vez se tropiece con esa
desgarbada Selina que, puede, aun espera sentarse con él en medio de la
acera.
Tal vez Batman sí quiera entrar a la cafetería y entienda que ella no quería sentarse en la calle, solo le ponía fácil el seguir de frente.
Tal vez Batman, en ese café descubra el por qué de Catwoman.
Cada día tomamos decisiones
acertadas, erróneas, meditadas y a veces espontáneas. Y esas decisiones nos
convierten en nuestro yo de mañana.
Pero hay ocasiones en que parece
que no las tomemos nosotros. Sin preverlo
un día llega una fuerza motriz que parece que las tome por ti….o tal vez no.
Insistimos en ver casualidades,
en ver señales, en ver sendas….pero, hasta donde las creamos nosotros?
Un día recibes una llamada al móvil
de alguien que se ha confundido, ese día te has levantado amable y el señor X
se ha despertado sociable. Te has equivocado le dices.
Y ahí…empieza una conversación.
ÉL veranea en tu código postal,
tu vivías en el suyo…parece que los astros se hayan alineado para que debas
seguir hablando con él.
Y a medida que lo hacéis, se
crea una empatía, un feeling , un “algo raro” que os abre la curiosidad de
conoceros, así que decidís hacerlo porque…todo ha sido tan casual que quieres
descubrir si, tal vez, es causal.
¿Hasta donde hay que seguir esas
“señales”? ¿La curiosidad realmente mato al gato? ¿O le hizo encontrar una
salida de ese garaje en el que se había quedado encerrado?
Ambos lo tenéis claro, vais a
quedar por que hay que saber cómo termina esta partida en la que os habéis
visto envueltos. ¿Ganaremos? ¿Perderemos? ¿Quedaremos en tablas?
¿Sigue siendo todo tan casual? ¿O
lo estáis provocando vosotros? Si…de camino pinchas una rueda…¿también pensaras
que es una señal para que no vayas? ¿O dirás que ganar siempre es mejor cuando hay
obstáculos?
No hay más casualidades que las
que queremos ver ni más señales que las que queramos seguir.
Interpretamos las
circunstancias, las palabras y los gestos a nuestro antojo y los convertimos en
positivo o negativo influenciados por nuestro estado de ánimo, por nuestras
propias ganas de hacer un momento de tu vida algo interesante, o no. Y
decidimos hasta donde.
La curiosidad no mató al gato; lo
mató la caída de la ventana cuando encontró la salida, el arranque del coche
cuando él se escondió en el motor, la rueda de un coche cuando intentaba seguir
las líneas blancas, lo mató la vejez. Nunca la curiosidad.
Desde que tenemos uso de razón
nos indican unas pautas, unas formas de actuar, unos valores a tener en cuenta
y otros de los que tenemos que huir.
Cada uno de nosotros aplicamos
las mismas incógnitas en la ecuación pero pocas veces da el mismo resultado
puesto que las ordenamos a nuestro antojo. A-B nunca dará el mismo resultado
que A+B.
El ejemplo más claro, los
hermanos. Se educan de la misma forma, en la misma escuela, iguales métodos….pero
diferentes resultados. Uno es ordenado, otro vive en el desorden; uno acabó dos
carreras y es un prestigioso cirujano mientras que el otro vive de la pintura….En
ocasiones, nada tienen en común excepto la familia.
Con el tiempo me he dado cuenta
de que da igual el modo en que te eduquen, los valores que te hayan infundido
defender o lo que te han dicho que es o
no importante. Al final, somos quienes somos por nuestra forma de conjugar la ecuación,
la cual va variando hasta dar con el resultado que nos conviene.
En algunas metas el resultado
sale a la primera: desde niño querías ser arquitecto y para ello, sabes que hay
que estudiar; así que lo haces, acabas la carrera de los primeros de tu promoción,
comienzas meses después a trabajar en un estudio y tras unos años, puedes
cumplir uno de tus sueños y montar tu propio estudio de arquitectura.
Pero hay metas que son menos académicas
y entran otros factores como el ”necesito”
y el “quiero”.
Hay quien necesita vivir el día
a día sin gastos innecesarios, comprando zapatos a medida que los rompe, con un
coche del que solo necesita que circule sin pararse a valorar su marca o los
años que tiene, con tiempo libre para dedicarlo a él mismo, a los amigos, a la
familia. Y quiere cosas: quiere poder comprarse un piso algún día, viajar cada
año a diferentes países, formar una familia con alguien que le quiera y acepte
con sus “necesito” y sus “quiero”.
Y hay quienes necesitan comprarse
una casa lo antes posible, viajar cada año a diferentes países, formar una familia
con alguien que acepte y, en ocasiones, asuma sus necesidades. Y quiere también
cosas: tener el calzado suficiente para que combine con toda la ropa del
armario, una segunda residencia, una vida social concurrida…
Cada uno necesitamos y queremos
cosas distintas y nos hacen felices diferentes situaciones. De ahí, que todas
sean respetable.
Pero, como una vez leí: "Lo
que una persona dice hay que sopesarlo con sus actos".
Cuando nuestra boca se llena de
más “necesito” que de “quiero” hay que hacer por ello, ya que no consiste en acabar
un estudio, consiste en construir una vida llena de cosas materiales y para
ello hay que ser constante y luchar por la meta, ya que, si no lo hacemos caemos
en dejar de ser quiénes somos y convertirnos en lo que nuestra ambición nos
convierte.
Unos comienzan a construir
sueños desde la base de la dedicación, subiendo paso a paso y fijando los
cimientos. Es lento, costoso y supone mucho esfuerzo.
Otros los construyen en el aire
esperando a que pase un jet privado que les lleve directos. Es cómodo, rápido,
gratuito.
Nunca hay que fiarse de lo
cómodo, rápido y gratuito, porque probablemente, sea mentira o efímero.
La suerte no existe y con
respecto a aquellos que se lamentan con un "Dios lo quiso así",
"no soy un tipo con suerte" cuando su mayor esfuerzo ha sido hacer
castillos en aire... alguien dijo que el diablo tiene más cara de estúpido que
de malo.
Te sonríe, te enfurece, te zarandea y vuelve a por ti.
A menudo te sostiene y en ocasiones te deja caer.
Cada paso lleva a otro, cada camino es un nuevo reto, cada
día es otro día…
Eso es vivir, eso es la vida.
Y una mañana, así, sin más, te devuelve al pasado y lo
convierte en presente.
La misma gente pero diferentes personas, las mismas bocas
con diferentes sonrisas, los mismos
ojos en diferentes miradas.
No sabes si será bueno o malo, si eres valiente o tal vez de
los que se dejan llevar.
Te tiemblan las manos y a su vez te sientes en casa….y solo
tienes dos caminos: dejar pasar el momento o darte la oportunidad de redimirte
por aquello que hoy está, pero habías olvidado.
Nunca has sido cobarde aunque en ocasiones hubieses querido
serlo.
Nadie dijo nunca que fuese tan sencillo saber quien hay
detrás de nuestras vidas.
Solo un abrazo te lleva al momento clave…al instante en que
descubriste que la esencia no se crea; EXISTE.
Y a pesar de las idas, las venidas y los giros, lo que somos
nunca cambia.
Podemos tener más, ser menos, estar tristes u ofendidos,
pero la esencia no varía.
Y un buen día, la vida te reta y tú aceptas el pulso y te
hace darle las gracias por llevarte al punto de partida.
Y una vez allí te das cuenta de que existen personas de las
que puedes olvidar su voz, su cara y su pasado….pero nunca podrás olvidar
quienes son, pues aunque no recuerdes lo que fueron, nunca dejaron de ser parte
de ti.
Desde pequeños…lo que queremos supone sacrificar algo que también
queremos.
Nos aplican la técnica del chantaje desde que tenemos uso de
razón: si te lo comes todo, vamos al parque; si duermes la siesta, vamos a la
piscina; si estudias mucho, serás alguien en la vida; si sacas buenas notas,
irás al campamento…
Y al hacernos adultos… ¿seguimos sacrificando nuestra vida por
no defraudar?
En nuestras relaciones de pareja, ¿tenemos lo que queremos y
queremos lo que tenemos?
En Asia y África aun existen (y seguirán existiendo puesto
que es parte de su cultura) matrimonios preestablecidos en función del linaje,
de la dote… y no pestañeamos a la hora de ser críticos, puesto que consideramos
que el derecho a elegir por nosotros mismos es básico.
Y mientras en Dheli un padre trabaja para ahorrar y poder
pagar que se casen con su hija, nosotros nos enamoramos de la persona más
maravillosa del mundo, de la que nos completa, de la que comparte nuestras
aficiones….y lo mejor de todo: es recíproco.
En ocasiones la complicidad nunca acaba, en otras ambos se
dan cuenta de que no queda nada por lo que mantener la relación, a veces solo
uno se da cuenta y hace al otro entenderlo, y otras muchas…simplemente nos
acomodamos y pasamos el día a día conviviendo con alguien que nos irrita más
que excita, con quien compartir aficiones supone un esfuerzo y la única complicidad que
existe es la de fingir delante de los hijos, amigos, familiares que son la
pareja del año.
Venga!! Vamos a hacer como cuando éramos pequeños y queríamos
que nos comprasen una bicicleta. Empecemos a sacrificar!
Comenzaremos con las cosas básicas: los fines de semana
siempre los has pasado con tus amigos; sobre todo los sábados que os juntáis en
casa de uno y charláis entre cervezas de la semana, del pasado, del futuro, de
futbol, de hombres, de trabajo….de lo que sea.
Pero desde que empezasteis juntos, os apetece ir al cine,
pasear, dedicaros el sábado el uno al otro.
Cuando dejas de tener la ceguera que causa la primera etapa
del enamoramiento, comienzas a echar de menos ver a esos amigos.
Hace mucho que no quedas con ellos y en este tiempo a Jose
le han despedido, a Claudia la han ascendido, Rosa va a ser madre por segunda
vez y a Emilio le engaña su mujer….y todo esto lo sabes por el Facebook….
Así que hablas con tu pareja, la cual no soporta a tus
amigos por que dice que son irresponsables, inmaduros y no van contigo, y le
comentas que te gustaría parar la tarde-noche de sábado con ellos por que hace
meses que no les ves.
Tu pareja, a modo reflexión te dice:
Y yo que hago?
Vente si quieres.
No, ya sabes que no me acaban de caer bien.
Pues no se, quedacon tus amigos.
Vale….
Te duchas, te vistes, te peinas y perfumas y te llega un
mensaje:
Te pasa algo conmigo?
No, por qué?
No se….es que siempre has querido pasar el sábado conmigo
y hoy…
Solo es que hace mucho que no los veo.
Ya…bueno, si son más importante para ti que yo... (CHANTAJE)
El resto de la historia ya se sabe…
Que sí, que te quiero mucho, que te echare de
menos, que bla, bla, bla….
Al día siguiente (o tal vez dos días más tarde) y con la
excusa más absurda del mundo (no le has dado un beso cuando has llegado, no le
has mandado un mensaje para darle las buenas noches puesto que te has dormido en
el sofá)….tu pareja entra en cólera y te echa en cara que elegiste pasar el día
con otros que no eran ella. Así que decide castigarte (sin que tú sepas que es
un castigo) y decide que no tiene tiempo a penas de verte durante una semana.
Evidentemente, el sábado siguiente cuando le dices que
quieres que lo paséis juntos…se acaba la discusión. De nuevo os queréis con
locura.
Y ahí acabas de dejar
de jugar al scalextric para ponerte a hacer los deberes y poder ir mañana al parque de bolas….como cuando
eras niño.
Después de eso, te
comprar un piso al lado de tus futuros suegros porque tu pareja decide que es
lo más cómodo, os casáis porque a la abuela le hace ilusión y, aunque nunca creíste en la Iglesia,
lo haces en ella porque es la tradición familiar, viajas a la Riviera Maya
cuando lo que realmente quieres es ir con la mochila a África, tienes un hijo a
los 32 porque todos los amigos del grupo ya tienen uno, te compras un
monovolumen cuando lo que siempre has querido es un deportivo….dejas de tener
casi nada en común con tu pareja (os une una hipoteca ,un hijo y un circulo social)
pero no te paras a pensar en separarte porque….¿quien se quedaría el coche? ¿El
perro? ¿Los niños? ¿La tele? ¿Que pensarían tu familia, tus amigos, tus
vecinos?
¿Como sería tener una relación de pareja si desde que somos
niños las viviésemos como queremos hacerlo, en vez que como nos han enseñado
que se deben vivir?
No sé si sería más fácil o más difícil pero sí que sería más
honesto.
No habría eternos amantes, no diríamos Sí cuando queremos decir NO, tu te irías a África
mientras tu pareja disfruta en Riviera Maya, estaríais juntos cuando ambos quisierais
estarlo, seguiríais manteniendo las relaciones con los amigos, os comprometierais
hasta donde quisierais hacerlo y durante el tiempo que quisieseis estarlo.
Tu serías parte de tu pareja y tu pareja de ti, pero conservando
la independencia, la confianza, tus gustos, tu escala de valores…conservando el
brillo en los ojos y sin que cuando os veáis al llegar a casa tengáis miradas
de trapo.
Pero, a fin de cuentas, hacemos lo que nos han enseñado.
¿Cuantas cosas dejamos de decir por falta de momentos para
hacerlo? ¿Cuantas veces tenemos buenas palabras hacia personas que están de paso en
nuestra vida, pero nunca ante ellas?
Valoramos a familiares, amigos, compañeros…y en ocasiones
nos olvidamos de aquellos que pasan por nuestra vida de forma fugaz. Un día,
sin preverlo, entran en ella en un viaje, un trabajo, una cena y permanecen en
nuestro entorno dos semanas, un mes…y de nuevo llega esa rutina de la que esa
persona no es parte. Nos mandamos media docena de correos, nos llamamos un par de
veces y un, día, te acuerda de él por una foto, por un momento puntual…y
calculas el tiempo que ha pasado desde la última noticia y decides olvidar la
idea de escribirle o llamarle porque han pasado meses y no te ha llamado ni escrito un
correo. Y nosotros tampoco lo hemos hecho, y creemos que es frio o inadecuado hacerlo
pasado un tiempo limite que nosotros mismos limitamos.
Y así pasan meses, años…y hoy miramos hacia atrás y pensamos en los cambios que han sufrido nuestras vidas en la última década; algunos
buenos, otros adecuados, otros drásticos….y en las personas que han influido a la hora de tomar decisiones.
Evidentemente, los que tenemos cerca siempre, en menor o
mayor media, influyen: pareja, hijos, padres, hermanos, amigos…..pero, hay ocasiones
en que quien nos hace dar el paso definitivo es aquella persona que recordamos con mucho cariño, de la que nos gustaría saber algo pero el tiempo limite
que pusimos para llamar ya pasó.
¿El pasado pisado?
No creo que sea así. Todo lo que nos ocurrió tiempo atrás,
nos ayuda en el presente. Lo malo, lo convertimos en una experiencia de la que
aprender y lo bueno….nos lo deberíamos quedar o, al menos, valorar.
Y, ¿por qué no darle un valor a ese extraño que se cruzó y sin
darse cuenta te dio el empujón para un cambio a mejor? Porque...¿hace mucho que no
sabes de el? Nunca es tarde para dar las
gracias.
Invertimos mucho tiempo en la crítica y muy poco en el
agradecimiento. Y no vamos a engañarnos: las tecnologías están a favor de los tímidos
u orgullosos.
Antes nos teníamos que llamar para discutir o para
reconciliarnos. Ahora tan solo hemos de entrar a cualquier red social o mandar
un whatsapp para decir sin hablar y ver sin mirar.
A todos nos gustaría saber si alguna vez fuimos importantes
para alguien y, tal vez, si empezamos por decir quien lo fue para nosotros, el
pasado nos devuelva una sonrisa.
Llamamos a quien roba, ladrón; a quien
insulta a su pareja, maltratador; a quien engaña, mentiroso….y lo hacemos con
fuerza y de forma visceral. Es un ladrón! Estafador! Delincuente! Así se pudra
en la cárcel!
Pero…cuando esas personas dejan de ser caras extrañas y
tenemos fotografías desde la infancia junto a ese ladrón, ese delincuente….queda
eximido de culpa??
Dejan de ser el alimento de nuestra ira y se convierten en pobres
canallas que han tenido un momento difícil en su vida y se les ha ido la
cabeza. Pasan de ser malos a ‘’no sé que le habrá dado ya que en el fondo es
buena persona’’, de ser cabezas de turco a ser victimas de ellos mismos.
Porque, al parecer, saber el nombre de sus mascotas o sus
hijos los convierte en grandes personas con pequeños malos momentos.
Nos llenamos las bocas dedicando “lindeces” a políticos,
directores de bancos, constructores, traficantes, corruptos….y cuando
los tenemos a la derecha de nuestro codo en una cena obviamos que son conscientes de lo
que están haciendo, que no van a dejar de hacerlo y por ello….para que decirles
nuestra opinión? Para que se ofendan?
Pedimos a gritos y en masa justicia por causas ajenas y
somos, en muchas ocasiones, incapaces de aplicarla en nuestras propias casas,
con nuestros propios amigos.
Si Charles Manson hubiese sido compañero nuestro de escuela…seguiríamos
viendo sus actos de forma tan atroz? O solo sería un enfermo que tenia
carencias afectivas?
Si Iñaki Urdangarin fuera nuestro compañero de paddle…seguiríamos
viéndolo con un presunto ladrón de guante "real"? O seria….el “cabrocete” de mi
compañero, un empresario ambicioso y listo?
Criticamos el derroche, la infidelidad, el robo, la especulación,
el asalto, las deudas, los sueldos de los futbolistas, todo. Pero si quien
derrocha comparte con nosotros, es generoso; si en la infidelidad tu eres el infiel,
eres un pobrecito que sigue con la misma vida por los niños; si eres el amante,
pobrecito “mi infiel” que sigue con su mujer por los niños; si quien roba es tu vecino y se lleva un bolso
para su mujer de una gran firma….solo dices: vaya huevos tiene el tio!! Esas
empresas tienen seguros, hombre!! Vaya bolso le ha regalado!......y así con
todo… o acaso nos quejaríamos de los sueldos de los futbolistas si fuésemos uno
de ellos?? Iríamos corriendo a renegociar nuestros contratos porque ese dinero
nos parece abusivo….sí, seguro...
Mi conclusión: somos incapaces de medir la misma
circunstancia en diferentes personas por el mismo rasero.
Hipocresía? Puede que sí.
O puede que inconscientemente no
demos la misma importancia a las noticias de la televisión que a las que vivimos
en directo, aun siendo similares.
Oímos lo mismo pero lo escuchamos de manera
distorsionada, hacemos lo mismo pero lo nuestro está justificado. En definitiva, hacemos una compresión
parcial acorde con nuestros intereses emocionales, económicos o sociales…que es
muy cómodo, y dejamos los insultos y las críticas para los anónimos, que también es muy cómodo.
Si Brenda Ann Spencer hubiese sido la hija de un íntimo amigo de Bob Geldof existiría esta canción?
Hay momentos en los que las circunstancias nos hacen bajar la voz e incluso llegar a callarnos.
Hay circunstancias que nos obligan a no poder expresarnos, dejando una espina enquistada en alguna parte de nosotros que molesta, pero no llega nunca a doler.
Hay obligaciones que aceleran en exceso el ritmo de vida y nos hacen dejar a medias cosas que sí son importantes.
Frenar...es lo que desde hoy voy a hacer. Frenar para que ni las obligaciones, ni las circunstancias, ni los momentos fugaces hagan que baje la voz, que no me exprese, que no diga lo que para mí y, tal vez, para alguien, es importante.
Frenar para darle importancia a lo que la tiene y en ocasiones descuidamos: el poso; MI POSO.